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Las personas no estan jamás tan cerca de la estupidez como cuando se creen sabias. MOLIERE.

martes, 13 de marzo de 2012

"IDIOTAS FELICES"

La columna de Jaime Bayly.
PERU 21 MARZO 12, 2012.



No sé por qué me empeño en seguir leyendo los periódicos, cuando sé que después de leerlos termino siempre abatido y descorazonado y a veces furioso, indignado.

No hay nada que pueda hacer, salvo quejarme, protestar, decir esto no me gusta, esto no está bien, hacer el papel de viejo cascarrabias sentado en la banca de un parque lamentando todo lo malo que lo rodea, cómo se han echado a perder las cosas, cómo todo me parece estúpido y vulgar y acanallado. Casi nada me gusta, casi todo me parece injusto, deleznable, o será que las cosas que me gustan no me llaman tanto la atención como las que me parecen groseras, chocantes, inaceptables.

Todo ha sido siempre injusto, la historia de la especie humana es un larguísimo inventario de injusticias y atrocidades, cuándo no ha sido el hombre una criatura violenta, la bondad y la tolerancia son valores relativamente modernos, la civilización y la libertad son ideas todavía minoritarias si contamos cuántos seres humanos son hoy mismo libres y civilizados (los chinos, por lo pronto, no son libres, y casi todos los africanos tampoco, y de los países árabes mejor no hablemos), y sin embargo uno no se acostumbra a la idea de que los hombres de nuestro tiempo no somos en esencia tan distintos a los de todos los tiempos: si bien disfrutamos ahora de unas comodidades que antes no existían y jugamos con unos aparatos tecnológicos que no dejan de deslumbrarnos y al cabo de uno o dos años ya son obsoletos frente a los nuevos adminículos que se ponen de moda y podemos comunicarnos rápida y eficazmente de maneras que antes resultaban impensadas, lo que perdura y prevalece en nosotros sigue siendo el egoísmo más rampante y a veces criminal, el deseo de tenerlo todo ahora mismo, la cortedad de miras, el afán de poseer unos bienes y ejercer un poder sobre los demás, todas esas cosas que nos rebajan como individuos y nos devuelven al viejo instinto de la tribu: el de preocuparse por uno mismo y por nadie más y desentenderse de los problemas de los vecinos y ser una bestia que impone violentamente su existencia, aun si para ello es necesario mandar sin escrúpulos y matar al que se nos opone.

Uno pensaría que los deslumbrantes inventos de la modernidad contribuirían a hacer de nosotros unas mejores personas, que la facilidad con la que ahora se accede al conocimiento nos haría menos ignorantes, que los individuos de estos tiempos serían éticamente superiores (menos violentos, más generosos) que los que poblaron el planeta en los siglos precedentes, y ese no parece ser el caso cuando uno lee los periódicos y ve las noticias en la televisión: seguimos matándonos en nombre de la religión, de las creencias de la tribu, del poder, seguimos siendo salvajes, despiadados, inhumanos, el mundo está lleno de sátrapas y tiranos y explotadores de todo pelaje, nos parece normal que los chinos estén gobernados por una dictadura y casi nadie dice nada porque los chinos tienen dinero y entonces hay que negociar y pactar con ellos en nombre del dinero, nos parece inevitable y hasta plausible que los cubanos estén sojuzgados por una camarilla de matones y casi todos los países americanos (incluyendo el país en que nací) hagan el triste papel de cortesanos de esos decrépitos espadones uniformados, nos parece natural que medio mundo viva todavía en la barbarie y el oscurantismo y, la verdad, mucho no nos importa, no hay señales de que nos importe. Porque lo que más parece importarnos a la inmensa mayoría de los que habitamos el mundo libre y civilizado no es ayudar en modo alguno a los que la pasan peor que nosotros, no, qué ocurrencia, qué ingenuidad: lo que nos preocupa con creciente impaciencia y hasta desesperación es divertirnos, buscar el placer de cualquier manera y a cualquier precio, pasarla bien, no importa si el otro la pasa mal, mala suerte, tal es su destino, joderse, nosotros no hemos nacido para jodernos, hemos nacido para ser condenadamente felices y estar contentos, livianos, despreocupados, silbando y cantando y bailando y gozando de la buena vida.

Esto es lo que, cuando leo los periódicos y veo el modo en que la gente dilapida su tiempo, más me entristece: que pudiendo ser mejores personas, más nobles, más educadas, más sensibles a la belleza y el arte y el mínimo sentido de la justicia, elegimos, sin embargo, ser los mismos idiotas que siempre hemos sido, y celebramos la vulgaridad y la ignorancia, y nos quedamos atrapados en las costumbres tontorronas de la tribu, y nos parece que la idea de la felicidad es emborracharnos, gritar, poner la música a tope, dejar de pensar, saltar, bailar, mirarnos el culo, follarnos y enseguida quedarnos dormidos, masivamente idiotizados, como si estuviéramos muertos, para ser al día siguiente una versión aún peor de la que ya éramos.

Perdón si todo esto suena pesimista, pero es lo que siento ahora mismo: la suerte del otro, del que la pasa mal, nos importa poco y nada, porque lo que nos urge moralmente (es un deseo quemante, una necesidad impostergable) es divertirnos, y lo que más nos divierte no es por desgracia lo que nos hace mejores personas (leer, aprender, escuchar, esmerarnos en cultivar lo poco de bueno que hay en nosotros), sino entregarnos tonta y gozosamente a la noción de que cuando somos más brutos es cuando más contentos estamos, y entonces el placer, sin darnos cuenta, sin pensarlo siquiera, termina asociado a esas cosas (gritar, chillar, saltar como energúmenos, estar todo el tiempo de fiesta, dejar de pensar, creer que la vida comienza y termina en uno mismo) que, por muchos aparatos tecnológicos que llevemos a mano, nos devuelven a nuestros ilustres antepasados, los chimpancés. Y pobre del que interrumpa la fiesta interminable con estos reparos y estos rencores: lo mandan a callar, le dicen no jodas, tómate un trago, relájate, baila, diviértete, no seas amargado. Y entonces uno se aleja del estrépito y el bullicio y se queda solo, rumiando su tristeza, pensando que no es verdad que hemos avanzados culturalmente, seguimos siendo los mismos idiotas de siempre, solo que con más aparatos modernos y con más posibilidades de informarle al mundo lo bastante idiotas que somos, lo salvajemente felices que somos siendo idiotas.

"IDIOTAS FELICES"
La columna de Jaime Bayly.
PERU 21 MARZO 12, 2012

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